Soñando, con el agua al cuello
Os pido disculpas de nuevo (no sé cuántas van ya, ni las que quedan...) por mi ausencia. En esta batalla diaria de la obligación contra el deseo, la obligación está arrasando con mi campo de los sueños. Hasta los monstruos están emigrando a lugares más apacibles. Las horas escleróticas no dan más de sí y mis intentos por liberarme de esta trampa del “vivir” me hacen hundirme aún más en las arenas movedizas de lo que “hay que hacer”, de lo razonable, de lo útil, lo práctico, lo seguro, lo urgente, etc. Con qué gusto mandaría a la mierda el trabajo, por ejemplo. Sólo con esto me quedaría espacio suficiente para moverme felizmente por mi vida, por la vida de quienes están en mi vida ¡ufff! ¡Y qué quejica soy! Bueno, pero calma, calma. Antes o después voy a encontrar la manera, como las otras veces. Qué otra cosa puedo deciros. Con una cucharilla y paciencia se sale de cualquier prisión ¿verdad? Perdonadme, pues. No por no haber estado aquí (egolatrías y narcisismos aparte), sino por no haber estado en vuestros blogs, leyendo lo que tenéis que contar, alimentándome con vuestros nutrientes culturales y vuestra experiencia. Por que yo, queridos amigos, soy un impostor, un fraude. Quizá sea el momento de hacer esta confesión. Me alimento de vosotros y después saco pecho. Soy de cartón piedra, soy el papel con que se podrían envolver los regalos que no se hacen, soy como los peces y las mariposas a quienes la evolución ha dotado de aletas y alas con colores y formas que simulan unos ojos grandes, gracias a los cuales aparentan un tamaño mucho mayor ante los depredadores. Porque vosotros, queridos amigos, sois a mis ojos el reflejo de una gran depredador, a rayas, felino, peligroso y mortal. Soy un fraude –queda dicho ya- porque no soy quien digo ser, no soy fuerte, apenas soy tan sólo para dejar de ser. Si acaso un intento frustrado de un Yo, un hombre con pies de barro, una alimaña en su madriguera, un ser, eso sí, al que al menos le queda la satisfacción de poder vomitar estas palabras. Gracias, amigos míos, por sujetarme la cabeza. Seguiré aquí otro poco más, sacando pecho, pero que nadie, desde hoy, se sienta engañado.